miércoles, 18 de julio de 2012

Freedom's Forge: How American Business Produced Victory in World War II, de Arthur Herman


En 1939 una mujer que se había instalado 8 años antes en una ciudad industrial de los Estados Unidos llamó a los bomberos alarmada por el humo que salía detrás de los edificios que veía enfrente a su ventana.

Desde los bomberos le respondieron amablemente: "No se preocupe señora, no es ningún incendio, son los hornos que han arrancado de nuevo".

Desde 1929 la producción norteamericana de acero había caído un 50%, la Gran Depresión había alcanzado su cenit a mediados de los años treinta, pero todavía había una alta tasa de paro y el gobierno de Franklin D. Roosevelt se encontraba con el dilema entre aumentar el gasto público para mantener la actividad a costa de aumentar la deuda pública, o reducir gasto a costa de prolongar la recesión. Dilema familiar donde los haya.

En 1938 muchos en la Alemania nazi y el Japón imperial menospreciaban a los Estados Unidos, un país sumido en la depresión y cuyo ejército no era ni de lejos el de la superpotencia a la que estamos acostumbrados. Ante el comienzo de la guerra en Europa el General Marshall (el del Plan Marshall), el presidente Roosevelt y el secretario del Tesoro se reunieron. El secretario del Tesoro quería recortar en 6 millones de dólares el presupuesto del ejército para contener el déficit público. Marshall replicó que si una división acorazada alemana conseguía desembarcar en Estado Unidos podría moverse libremente porque no tenían nada que oponer. Si no duplicaban el presupuesto militar, "no sabía que iba a ser del país".

Tras la derrota francesa y la retirada de Dunkerque, el ejército británico había dejado en sus playas la mayor parte de su equipo pesado. La guerra submarina consumía recursos navales a velocidad inaudita. Churchill comunicó a Roosevelt que, en caso de que el Reino Unido se viese obligado a pactar un armisticio con Alemania en una situación como la de Francia, no podía asegurar lo que el gobierno resultante dispusiese respecto a la flota británica.

La perspectiva de un Océano Atlántico controlado por Alemania disipó las dudas de Roosevelt, que buscó a personas clave en la industria norteamericana para conseguir la transformación de ésta en una maquinaria de guerra.

El más señalado de estas personas era Bill Knudsen, un inmigrante danés que había llegado desde abajo a jefe de producción en Ford y General Motors, y era ahora el Director General de esta última. Hoy parece increíble, pero Roosevelt llamó a Knudsen y le pidió que dejase la dirección de GM y que se viniese a Washington para colaborar en la organización de la producción industrial sin sueldo. Y Knudsen se presentó ante el presidente de GM, Alfred Sloan, para despedirse. Cuando éste, crítico con la administración demócrata y el New Deal le preguntó por qué, la respuesta fue algo así como "para devolver a este país parte de lo que me ha dado".

En lugar de una planificación centralizada, Knudsen defendió un sistema basado en la asignación de financiación a la industria para su reconversión. Las empresas recibían fondos a fondo perdido para el desarrollo de prototipos que competían por la aprobación de los militares basándose en su eficacia militar, tiempo de producción y coste. Los modelos seleccionados recibían préstamos para su puesta en fabricación y el precio se fijaba de acuerdo al coste más un margen de beneficio.

Las ventas a los aliados, principalmente Reino Unido y la Unión Soviética, y la producción propia generaron una demanda que absorbió rápidamente la capacidad industrial infrautilizada por la Depresión, y que requirió rápidamente nuevas plantas y la incorporación de todos los recursos humanos disponibles, mujeres incluidas. Esto último llevó a un importante aumento de los salarios reales.

La necesidad bélica impulsó el desarrollo tecnológico y la aplicación en nuevos sectores de las técnicas de producción en cadena implantadas en la industria automovilística.

Al finalizar la guerra existía una gran preocupación por la necesidad de reconvertir de nuevo a la producción civil la maquinaria de guerra y la vuelta de los soldados a casa buscando empleo. ¿Volvería la Depresión?

Sin embargo, la demanda doméstica acumulada originada por el aumento de los salarios reales destinados al ahorro durante la guerra, más la demanda exterior de los países en reconstrucción, más la aplicación al campo civil de las nuevas tecnologías desarrolladas durante la guerra, dieron lugar a una de las épocas de prosperidad más largas de los últimos cien años.

Tal vez hoy estemos como los Estados Unidos en 1935. Sólo espero que no sea necesaria una guerra para utilizar el ingenio y la capacidad industrial disponible en avances tecnológicos sostenibles, cuya demanda atraiga a los capitales improductivos.

Sólo en energía, la mejora de la eficiencia de vehículos y edificios que compense la renovación masiva generaría una demanda mundial suficiente para volver a arrancar la economía mundial.