Lo malo del endeudamiento en las empresas es que es como el alcohol: un poco puede estar bien y “animar” el crecimiento, pero llegado un punto, se le sube a la cabeza de los directivos, y cuando llega una crisis, el vino bebe al hombre (más propiamente los bancos a la empresa), y el resacón se llama concurso de acreedores.
Digan lo que digan los libros de texto y algún que otro gurú del management, en la práctica confiaría más en la gestión de una empresa poco endeudada.
El endeudamiento tiene sentido cuando el retorno de la inversión es más alto que el coste del endeudamiento, dice la teoría clásica, pero hay que tener en cuenta que el retorno de la inversión está influído por el riesgo (más retorno - más riesgo), con lo que si una empresa no ve en un momento determinado inversiones con un equilibrio rentabilidad-riesgo adecuado, la mejor estrategia suele ser quedarse tranquilo a esperar a que cambie la coyuntura. Reducir la deuda existente, invertir en lo que se conoce, y si aun sobra devolver a los accionistas.
Y respecto a que los recursos propios son la financiación más cara, también sería discutible. Al fin y al cabo el coste de los recursos propios es un coste de oportunidad, lo que rentarían en otra inversión. Y si la única inversión alternativa es meter el dinero en el banco o en un inmueble para alquilar, no es tan alto.
Si esto es así en las empresas, más aún en el sector público. El endeudamiento público tiene sentido cuando se va a invertir en infraestructuras que disfrutarán varias generaciones, pero el déficit para el pago del gasto corriente, no es más que engañarnos y trasladar a nuestros hijos el pago de nuestros gastos.
Un sector público que no ahorra y reduce su deuda en una época de bonanza, no tiene margen de maniobra cuando ésta se acaba.
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