En vista de los acontecimientos de esta semana, parece que va abriéndose camino la idea de que la solución a los problemas de las entidades financieras no puede pasar por la compra de activos, sino por la inyección de capital.
Obviamente, la inyección de capital supone una nacionalización cuando menos parcial de las entidades financieras afectadas en países occidentales. Algo que hubiera parecido economía-ficción hace unos meses es lo que básicamente acaba de hacer Gordon Brown en el Reino Unido.
No sólo eso, sino que la aplicación del Plan de Rescate de los Estados Unidos parece que empieza a ir por el mismo camino.
Grave es la situación cuando poderosas entidades financieras aceptan la solución. Éstas preferirían, claro está, que les comprasen sus activos invendibles, y seguir manteniendo el control las mismas personas. Pero parece que no llega con eso para restaurar la confianza en el sistema, ya que es necesario que los gobiernos (y en última instancia los contribuyentes) garanticen los depósitos para evitar el pánico bancario. Y dentro de nada veremos como garantizarán los préstamos en el interbancario como única forma de que éste funcione, y restablecer la transmisión de la política monetaria, para que los tipos de interés que pagan empresas y particulares bajen, ya que si el interbancario no funciona, de nada sirven las bajadas de tipos oficiales.
Mientras que los ciegos se preocupaban con la inflación, la realidad que ya se veía venir es la amenaza de una deflación que deja inoperante la política monetaria. Como dijo Ralph G. Hawtrey sobre la situación en 1931, gritaban ¡Fuego! ¡Fuego! en pleno Diluvio Universal. Hemos llegado a una situación de trampa de liquidez, en la que particulares, empresas y entidades financieras sólo quieren liquidez, y nadie va a prestar ni invertir por mucho que bajen los tipos de interés.
Nunca he sido entusiasta de la actuación de los gobiernos, pero la cuestión es qué alternativas privadas hay. Después de haber fallado estrepitosamente la autoregulación, los socios de aquellas entidades que estén en peor situación deben asumir sus pérdidas. En otra situación, las entidades más solventes las comprarían, pero ahora mismo no es posible, y sólo puede haber un comprador, al menos transitoriamente. La otra alternativa es dejar caer al sistema, como alguno publica hoy. Y cuando no haya financiación, caigan a miles las empresas productivas, y el paro sea masivo, esperaremos a que venga un nuevo führer a guiarnos, y a que la guerra sirva para recuperar el empleo y la producción.
En España habrá que abordar de una vez por todas el problema de las cajas de ahorro y unos cuantos bancos pequeño-medianos. Hay que aprovechar para acabar con un sistema de entidades semipúblicas, que en la mayor parte de los casos, responden a intereses localistas o, peor aún, a los intereses de sus propios gestores perpetuos, sólo reemplazables por sucesión "digital". Las más solventes podrán seguramente ser privatizadas. El resto deberán ser asumidas por los poderes públicos, saneadas, concentradas, y en su momento vendidas.
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